¿Y no es acaso su existir una quimera? Todo lo que no tiene es sencillo de alcanzar, su solución se basa en tapiar los ojos y tolerar que todo se desmorone eternamente entre lo real y lo que no, la ficción de un deseo...

Thursday, August 17

Me aburro a mi misma, nunca fui capaz de finalizar nada.


     A sus pies, ribeteada por majestuosos árboles esmeralda y quebrada por un río de dimensiones navegables, se asentaba Praga, la ciudad mágica, y más próximo a ella, casi continuación de sus manos, ahora hinchadas por el calor, las hojas de los viñedos de la Vila Ritcher. Como en cada innumerable ocasión que vislumbraba el fruto de la uva, sentía algo latir en la zona prefrontal de su cráneo. Las cicatrices son el recuerdo de que algo no aconteció como esperábamos, y los recuerdos un lastre mental indesechable que debemos arrastrar hasta el fin de los días. Con la excepción, claro está, de aquellos dichosos seres con auténtica falta de memoria o capaces de bloquear hechos traumáticos. No era este su caso, a pesar de su pésima retentiva, pues el mecanismo somático consistía en sólo el rebullir centrífugo de su estómago. Comenzaba en el cuerpo de este, y ascendía indomable hacia el fundus, su parte más elevada. De manera casi fugaz; le venían a la mente las sofocantes tardes de verano, cubiertas por el cielo Maragato de las seis, simplemente separado de sus ojos azabache por el viñedo descuidado de su abuela, moribundo, ácido hasta la náusea, inconcebible para cualquier convecino de la zona como vendimiable. A su lado, con cabellera blanca o al límite de lo dorado, otro pequeño cuerpo brincaba jocosamente, algo menos grácil, quizá empapado de la chispa de Lucifer, por eso de que los zurdos vienen a emanar desde los avernos más aborrecidos. Eran, para muchos de los ocelos que les admiraban con medrado resentimiento, la metáfora perfecta de la dualidad taoísta, ella tenebrosa, suave y femenina; y él enérgico y níveo. Nada tenía que ver con aquella tonada que conocía de la mayúscula al punto y que nunca logró afinar como Nancy Sinatra. Ambos infantes saltan, y empujados por la célebre gravedad; vuelven a tomar tierra. Entre los dos actos, sin embargo, alzan sus tímidas manos al ocaso y con la prensa de estas toman entre ellas lo que resta de los rehuidos racimos.

      En ocasiones se ríe por dentro; es infinitamente peculiar la creatividad de los críos, ellos concebían ser auténticos sollastres que combinaban, en una única marmita completa de agua hasta los bordes, aciduladas uvas y lombrices de tierra. Las uvas, verdes ambaradas, y las lombrices, rosas moteadas, creaban en su homogeneidad un curioso, singular e inundado chucrut belga (o maragato).

      Aquellos tiempos felices, henchidos de inocencia, ingenuidad, desconocimiento y energía; ya se habían escapado con la corriente de los años, del mismo modo que ignoramos las frondas otoñales que, muertas, ya no se encuentran con nosotros, si no como fertilizante de las venideras. Fueron suplidos por el conocimiento de lo humano, la odisea costumbrista, el pavor a la muerte y el egoísmo adulto. Ella lo percibía en su enteridad, recorriendo en tan solo un segundo el encarnado circuito sanguíneo que la componía, y en su raciocinio, donde el hilo musical había mutado bruscamente de una pacífica y acaramelada sonata de Mozart, de colores cálidos y arrolladores; a una de Stravinsky, dentro incluso de los límites de la enajenación que caracteriza sus obras.


      Se pregunta por qué, como es usual, y no acierta con mas razón que la falta de contacto con lo que una vez fue su mitad complementaria, como siempre le ocurre

NO TERMINADO.