Mirando en una línea horizontal se hallaba la casa más azul de sus memorias, decorada en su totalidad con fragmentos triangulares de rocas oscuras. El tejado caía sobre un pequeño porche brindando el justo ribete de sombra que le correspondía. Varías sillas aleatorias inspiraban un aire familiar, de verano, y se pregunta entonces, qué clase de figura geométrica formarían vistas desde arriba. Se imagina la anciana tejiendo prendas otoñales, el niño jugando entre sonrisas sobre un triciclo bicolor, el padre cercano a los setos, podándolos, con desgana.
Más próxima a sus ojos, una verja negra delimitaba el espacio; donde los descuidados zarzales parecía le gritaban que la enfermedad se había apoderado de aquel lugar. El ocre y el blanco sucio le bañaban los pies al caminar, pues formarían las dos franjas laterales que en su mente se asociaban como aceras, y se fundían en un resalto con la grisácea banda central, que en este caso, sería carretera. Todo se introducía por sus ojos de avellana hasta formar una representación mental que nunca olvidaría, y que le indicaba la diferencia entre una y otra concepción. Sin embargo, ella deambula por donde el resto no.
De respirar el olor de sus manos habría manado una fragancia de hierro, y lo conoce, pero emplea su mano derecha para acariciar la pared contigua y siente una textura fresca, de bordes indefinidos, bultos dispuestos sin ningun sentido. Se pregunta quién se encargaría de formar aquel muro; un peón sin familia, su abuelo ya fallecido, un vecino caritativo... Y vuelve al roce de la trama, donde por debajo de su cintura el tabique se recubre de antiguos azulejos que al tacto son de suave coraza y lo dividen en dos. Sin embargo, están sucios, puesto que al despegar las palmas de la porcelana, dejan el ser blancas; se tapizan de un mínimo polvo amarronado. Y ella piensa: como mi corazón.
De respirar el olor de sus manos habría manado una fragancia de hierro, y lo conoce, pero emplea su mano derecha para acariciar la pared contigua y siente una textura fresca, de bordes indefinidos, bultos dispuestos sin ningun sentido. Se pregunta quién se encargaría de formar aquel muro; un peón sin familia, su abuelo ya fallecido, un vecino caritativo... Y vuelve al roce de la trama, donde por debajo de su cintura el tabique se recubre de antiguos azulejos que al tacto son de suave coraza y lo dividen en dos. Sin embargo, están sucios, puesto que al despegar las palmas de la porcelana, dejan el ser blancas; se tapizan de un mínimo polvo amarronado. Y ella piensa: como mi corazón.
Para motivar su dirección le basta el recuerdo del olor a cáñamo, el sonido de un riachuelo de azul apagado que años atrás le mojó los pies. Quiere verse envuelta entre los manzanos, cuyas vistosas flores ya brotaron. Los capullos aunan el rosa intenso y el blanco más puro, en un mar de verdes hojas que les ofrecen sombra. Le recuerda el sabor de las fresas con nata. Su fragancia de entretiempo, todo se cubre entre tonalidades de amarillo; el del sol, que le azota la cara, el de las incansables flores silvestres, un tractor que se aproxima a lo lejos, el trigo aun no nacido... Yo la ví volar, simplemente con el roce, la fragancia, el pigmento, todo le palpita en el ardor de su piel, y quiere evocar para siempre aquella inmensa textura, que de un modo u otro, la hace feliz. El día en el que, junto con sus párpados, se levantó, al unísono, un cielo de infinita anchura y color. Yo me ví volar.
Y caminé.
No comments:
Post a Comment