Apareció su nombre en la conversación, y aquello me golpeó la cara en un instante, la agitada corriente del recuerdo o algo similar. Al despertar de mis ensoñaciones descubrí que todas aquellas caras conocidas buscaban en mis labios la respuesta, volteaban entre mis dientes y paseaban por la encía con ojos ansiosos. "Esto que bebéis os debe estar dejando locos para preguntármelo a mí". Habría valido un monosílabo. Y nada sucedió, porque yo no había vuelto a pronunciar esas seis letras jamás, supongo estarían encubiertas en algún recodo de mi paladar...
La noche avanzaba y mi habitación era un coladero de petróleo, solo había oscuridad, sudor y encarecidas posturas. Recobré la conciencia sobresaltada ante la horrible sensación de la ignorancia, ante la enigmática cuestión que hice girar y girar entre circunvolución y surco hasta expirar... ¿De qué color eran sus ojos? Deteniendo aquí el pensamiento, nada resulta más improductivo que la evaporación de un recuerdo de dimensional consideración. Y lo gire, lo torné, lo volví de un lado y de otro, colocando la concepción sobre cada uno de sus vértices e irrupciones. Dios mío, de qué puto color eran sus ojos... Yo me bañé en su mácula, disco, bastón, estroma, coroide, no una, ni dos, sino incalculables ocasiones y ya no sé...
Revuelta conmigo misma, en un inmenso esfuerzo de arbitraria contienda, me incorporé, alargué mi brazo, tracé cincuenta y dos curvas y setenta y ocho rectas. Escribí.
"Querido Victor,
No leí tus cartas, porque estaba saturada, seamos claros, tampoco me preocupa. Te ruego continúes leyendo. Me ahorraré preguntas educadas y cordialidades banales, que no nos representan. No estoy interesada en saber de tu vida, aunque justamente hoy haya oído que no estás muerto, por aquello de tu enfermedad (que yo siempre consideré sería una mentira patológica). Hay un hecho tan transcendental en tu recuerdo que me está dejando un páramo mental y te ruego me ayudes a solventarlo... ¿De qué color eran tus ojos? Adjunto lo que ni siquiera podría llamarse dibujo para que lo corrijas; fruto de lo que mi entendimiento permite dilucidar. Aplícale seriedad. Busca un espejo. Desconozco los matices del azul; ¿aquello de tus bordes era azul royal o tiffany? Indaga en sus surcos amarillos y si recreaban arcos o líneas verticales. Gama de verdes: enebro, pino o albahaca. ¿Hasta dónde el recorrido dorado central? Quiero grosores y delineaciones. ¿Cuál era el ojo de la mancha? Y ante este hecho, si es de curvatura suave o abrupta. El más descriptivo detalle sobre las betas que contorneaban tus pupilas sería de gran ayuda.
Borré tu foto, por si concibes la pregunta, pero aun después de tanto tiempo, conozco donde caían tus labios y de la nariz tus dimensiones... Entiende que esta intrigante cuestión alimenta un insomnio que deseo desaparezca. Necesito esta información.
Un abrazo suave,
Alicia."
Llegados a este punto, sin creer en un destino, me pregunto: ¿por qué hago esto? Y las resoluciones me inundan, y son tantas que me encharcan los pies. Elijo dos. ¿Se trata de propio egoísmo? Puede que haga esto por mi misma, pura ambición, por salvar mi ajada mente, que se recrea en el recuerdo gráfico de estructuras ajenas, tejidos que infunden una volátil mención, matices que apenas puedo diferenciar, y ante su falta; una hiperreflexia mental me llena de insatisfacción, la que me impide dormir. Me cuestiono si realmente la angustia que me provoca posee tal diámetro o es un sencillo proceso hipocondríaco en busca de protagonismo.
O, quizás, simplemente, una de esas voces trajo a mi vida su evocación y mi cerebro, no consciente, que supera con creces mi absurda inteligencia, decidió sitiar su memoria para enviarle semejante chiste mecanografiado. Un pretexto que considero barato e irónico.
Pero lo que es aun peor, y me lleva a redactar todo esto: qué pregunta tiene mayor relevancia.
Es de superior calibre el primer "de qué color eran sus ojos", que es origen, big bang, estallido de neurotransmisores, conexiones sinápticas y demás estructuras, el ión que sería célula y luego hombre, quid de la cuestión; que me insta a proceder de manera desvergonzada y se transforma en eje de una operación que, muy probablemente, no lleve a nada, o me lo entregue todo; satisfacción mental, placer de patrones encontrados, deleite de pasiones no superadas.
O lo es el no-desencadenante, transcendental demanda, que se origina como tras la presión de un interruptor. El por qué y la búsqueda de fundamentos que llegaron ya a la mente del neandertal cuando aun encendía fuego, que viene luego del acto, y que ha sido cuna de políticas e ideales.
Sin embargo, es un ciclo interminable de interrogantes, y se podría alargar esta división categórica infinitamente, como el engranaje de la vida misma, pues el hombre se ve atrapado por el remordimiento y la autoevaluación, todo en busca de una amnistía que le inquieta más que el propio suceso. ¿Después de la pregunta llega la conciencia y con ella el perdón? ¿Pero hasta entonces estamos liberados de culpabilidades o hay una remota centella que porta las cadenas, la condena pre-acción?
Concluyendo que, esta reflexión solo es un absurdo y mínimo, estúpido a la par que filosófico pensamiento, que peregrina mi entramado cerebral como si de un nutriente se tratase, y el cual me enturbia, estremece, y obliga a plasmarlo aquí, sólo por el hecatómbico hecho de que no recibí respuesta. Y así me hallo, dándole vueltas...
De qué color serán sus ojos.
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