Podía sentir el crujir de la hierba mojada, el latir de los peces bajo el agua o su propio corazón pleno de intriga. Le vislumbraba tan cerca que sólo un chasquido de distancia podría aproximar sus labios, convirtiendo el deseo ardiente de fundirse en una realidad...
Cuántas veces soñaría con ese reencuentro, el cual conocía y cuyo guión planeaba desde el mundo que habitaba entre sus sábanas. Era aquel el hombre más predecible de la tierra y sabía dónde caería el beso y la caricia, y conocía su causa afable al apartarle el pelo aun sin haberla vivido. Sin embargo, había una grieta mayor que ningún placer terrenal podría suplir. Para su mente, era concebible el beso pero no la cura, y jamás podría imaginar el principio del fin sin haber sentido su mano sobre una espalda saturada en cicatrices.
Para ella, avanzar simplemente significaba superar lo imaginado en su cama.
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