Todo sería más fácil si hubiera nacido en tu ciudad maldita. Llena de verdes praderas, de cosas infinitas. Los domingos a la iglesia, mirando a la mezquita, levantar los párpados a horas intempestivas, acariciarnos en los cines partes no descritas. Sin ricos ni pobres, sólo nuestros nombres. Regalarme sentimientos que te sobren y comprarte de vuelta cosas, sin dinero, con el sueldo de vivir donde te escondes.
Sudar bajo un sol que es tu noche, besarnos en los coches de una ciudad sin coches. Ponerle color a esos ojos grises, dejar que me pises, me eleves o me desquicies.
Habríamos bailado en funerales engalanados en rojo, todos los lunes mirarnos a los ojos, pensando que podríamos con todo. Ayudarte a despertar si dejas de latir, respirarnos como oxígeno, ser en tu biblia nuestro origen y fin.
Ser Irak en guerra los jueves, creer que es bonito, no el hecho, si no verte disfrutar que llueve. Llorarte en las ventanas si hace sol, ser el hielo que compense tu calor. Comprar pasteles en la panadería, bajo las farolas hacer el amor.
Las rosas de tu cuerpo olerían a notas musicales, perderías los cabales visitando mis ciudades, en todas sus calles tu nombre en una dirección. Mi corazón.
Y sin embargo, no.
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