Mi madre dejó de escribir,
poemas,
el día en el que yo nací.
Fue una tarde gris,
preludio,
de lo que se veía venir.
Adiós. Pluma. De marfil.
Levantó Dios castigo más duro
en donde
nadie pudo decir más.
Yo soy río, montaña, muro;
soy viento y huracán.
Soy calvario de astutos,
alquitrán en la mar.
La noche haciéndose ciudad,
gorgoteando luz,
volviéndose cristal.
Convirtiéndome en alud
que acabó con su paz...
Pequeña mota que será polvo,
gran calamidad,
hija del gran redondo;
de mi padre me dejo besar.
Desgranando las horas de sequía,
lo llamarían soledad.
Soy yo piedra en esta piedra,
roca de sal,
ácida cuando se esconde detrás.
Soy mujer luz.
Soy la frontera del topacio.
Mirada al sur,
escondida piel de luna.
Consumí todas las horas,
ya no queda ninguna.
Se deslizaron férreas hojas,
las que me componían,
y en el páramo de costras,
que ahora era mi ser,
como un vegetal, caduco,
detuve el creer.
No me riegue. No hay sed.
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