¿Y no es acaso su existir una quimera? Todo lo que no tiene es sencillo de alcanzar, su solución se basa en tapiar los ojos y tolerar que todo se desmorone eternamente entre lo real y lo que no, la ficción de un deseo...

Friday, June 5

Pas de deux.

Sólo contemplando el ejercicio manual era capaz de volar. Bastaba una simple serie de repetidos movimientos, la agilidad de unos dedos infinitos revoloteando entre simples tarjetas de cartón. ¿Estaba loca por preguntarme a quién habrían tocado aquellas manos? No cabía en mi mayor preocupación que cesar la vista y no encontrar el punto en el que la magia se convertía en engaño, dejar de sonreír aun yo sin conocerlo.

La verdadera intención de aquel increíble hombre al que nunca podré conocer pues lo contemple siendo tan solo un niño… Su propósito real, era inabarcable, hacer creer a una mente llena de obsoletas realidades, hipnóticos gustos, limitadas capacidades, que podía soñar en un más allá que el que lo hace despierto. Soñar soñando, decía.

Un mago no es sólo el artista, es el individuo que sueña con alcanzar lo imposible para un resto que lo considera capaz, una muchedumbre asustada que desea creer que el universo es accesible en cada uno de sus infinitos extremos. No pecando de ingenuidad, pues conocemos qué se esconde detrás de cada giro de muñeca, vuelta de vista o ágil comentario en un tiempo nunca tan acertado, yo me acerqué. Idealicé cada uno de sus consagrados pasos y afirmaría erróneamente que me equivoqué, mas simplemente fue un error obligado.

Aún espero quien me diga que hay algo más bello que el estilo de un taumaturgo en su actuación, para rebatirlo y esclarecer cada una de mis deducciones, pese siendo de ineludible engaño, el ya citado.

¿Es acaso el mago un dios que no lo sabe? Si él fue un dios y se recreó con sus naipes o conmigo a nadie le interesa, sin embargo, la mente del espectador supura ansiosa por conocer si nuestro enigma era real o un simple juego que fluía como emanan sus vidas…

Ahora díganme que no han fantaseado con las manos, siempre finas, pero que nunca dejaron de ser garras, del hechicero cotidiano. Yo todavía recuerdo, cada imperecedero veinticinco de un mes que no existe, el maldito hecho de que no soy más que “aquella bajada de telón desaprobada”. Nunca un terciopelo se manifestó tan áspero.

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