Dijo aquel último
¡odio el terciopelo!
Mientras me acariciaba la piel.
¿Será esa la textura que tu aprecias?
Yo canté blue velvet, de Bobby Vinton
hasta quedarme desnuda.
Ah, no oí que emitiese ninguna otra protesta,
tampoco él tiene la culpa
de haber nacido así;
con un apéndice colgante.
El péndulo de un reloj,
pum, pum, pum, lo único que aquella noche se escuchó.
No era en mi habitación.
Mas ahora respeta el terciopelo,
no me cabe duda.
Tampoco conozco plegaria
y he pedido a dios ayuda,
para innovar la misoginia.
Cómo acabé cantando hallelujah, de Jeff Buckley...
Me pregunto.
¿Quien es él para juzgarme?
Para fumarme los tabacos,
y quién yo para pensarte
cuando este hombre yace en mi cama,
cuando todo,
todo menos yo,
marcha bien.
Somos nadie.
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