Pero esta vez es distinto. Apenas puedo articular las palabras, me tambaleo por la habitación que parpadea iluminada, abro la puerta de un mínimo frigorífico que corona mis días y extraigo entre dos y cuatro cervezas. Ahora tengo permitido el consumo de alcohol y lo exploto al máximo. Putos médicos, no valéis para nada, no tenéis ni idea. Siento la necesidad de evadirme de este cosmos infinito que no llena mis hendiduras, que no me satisface y me deja descompuesta ante la posibilidad de un todo que aparenta ser gravilla entre las manos.
Se trata de una experiencia mágica y etílica, un seductor elixir que me hace sentir planear fundida a las alas de un ángel etéreo.
Esta vez no es lo mismo, porque de un tiempo a esta parte no termino las noches en solitario. Y sólo siento apatía; ante sus criticas, ante las alabanzas. He transformado el hedonismo en el engranaje que desplaza mis días, sólo confío en el placer y he olvidado al ser humano que se encubre detrás de todo esto.
Y esta noche no ensuciaré ninguna cama, como ensuciaron sus palabras mis ideas, como ensució la política la mente del impúber. No me importan las llamadas, hago caso omiso a los mensajes, las señales, los gestos que supuran "acércate", las futuras historias con feliz final. Esta noche beberé hasta caer rendida, porque no encuentro otro propósito en la vida. Y es en este exacto momento cuando, mientras fuerzo a mi organismo para sentir compasión, mientras Morfeo me rastrea con mirada pesarosa, avergonzada, mas insulso me resulta el sentimiento del individuo.
Recuerdo el último hombre al que le dije que el ser humano es egoísta por naturaleza, nacido de un sexo que no busca mas que la propagación de la especie, la prórroga de su historia, la posesión de un ser que simbolizará desde sus mas aduladas características hasta sus mejor escondidos temores. Y éste, un músico de renombre, una mente prodigiosa, se atrevió a llevarme la contraria, porque sus ideas son puras e irrebatibles, ¿porque ya tenía un pie en mi vagina? Tampoco me importa, porque yo continuaría con mi individualismo cirenaico, ese que nació conmigo, y pararía el movimiento de mis labios y cuerdas vocales para asentir con mi cabeza.
Me pregunto en un atisbo de lucidez si soy la reencarnación de Epicuro o el anticristo llegado para vencer su estúpido y utópico quijotismo, sus lindes insensatas. Y me río, porque no busco que nadie lo sepa, porque yo soy ustedes y ustedes, hombres, creen que son irremplazables. Mas yo soy la prueba irrefutable que no saldrá a la luz de la mentira que viven cada día. Sin embargo, les dejaré como máxima penitencia aun, el desconocer que no valen nada y asentiré con la cabeza como hice siempre.
Y diré, cuando mis párpados desplomen, mañana sera otro día, y atenderé indolente a las llamadas, los mensajes, los gestos, que ustedes consideran insólitos, singulares, pero en realidad sólo conforman la masilla que colma mis carencias físicas y aumenta mi estima.
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